my dear, this things are life

May 5, 2011 § Deja un comentario

Creo que vuelven a ser las dos de la mañana. Miro el reloj. Y cuarto. Acaricio, al fin, el olor de las sábanas. Silencio. Compruebo la hora de la alarma, apago la luz de la mesita de noche —creo que la bombilla está perdiendo potencia— y cierro los ojos. Gris. Gris oscuro y, finalmente, negro. Parece de esos días que estás tan cansado que el simple hecho de bajar las pestañas te produce un placer orgásmico y la necesidad de dormirte de golpe. Escucho, de fondo, una respiración suave que se escapa por el patio interior, desde la habitación de mi compañero de piso. Agradezco que este día acabe ya; No ha sido especialmente soleado, tampoco especialmente agradable, ni especialmente productivo, ni especial, en ninguna de sus formas y sentidos. Por encima de la respiración de Álex, empiezo a escuchar el ruido del motor de una motocicleta. No se mucho de estas cosas, pero imagino que es una de esas muy sencillas, que parece que en cualquier momento puedan reducirse a pedazos. Me la imagino de color amarillo. Sí, seguro. Tiene que ser amarilla. Y mientras pienso en porque alguien está conduciendo una moto amarilla a las dos de la mañana, me doy cuenta, de golpe, que he ido, con la motocicleta y su ruido, a una carretera estrecha, con muchas curvas; Parece una carretera de costa, o tal vez se trata de una isla. No lo se. Pero yo no conduzco. Estoy agarrada a un chico con un anorak azul marino. En el momento en el que empiezo a dudar de su identidad, él se gira y sonríe.

No recordaba su olor.

Hace viento y cada tres segundos me llegan rastros de su aroma. Cada vez estoy más cerca suyo. Dice que me coja fuerte, que las curvas son peligrosas. Le abrazo cuidadosamente. En realidad no tengo miedo alguno. A la izquierda, la vegetación es exótica y empieza a dar mordiscos al arcén de la carretera, que está muy descuidada. A la derecha, una gran línea de mar se extiende hacia el norte. Seguimos avanzando con la motocicleta. Me gusta sentir el viento abofeteándonos la cara, tratando de vencernos inútilmente.

Creo que él está silbando una canción. No la escucho muy bien. Me acerco para descifrarla y, en ese momento, se gira. Disimulo. Sonríe y sigue silbando mientras aumenta un poco la velocidad. Estoy segura de que no sabe exactamente a donde ir, así que cualquier lugar será perfecto. Pero de momento no queremos detenernos.

Ahora sí le abrazo fuerte y me da igual. Y pienso que me gustaría que se quedara así, para siempre. Avanzar, correr, adelantar y dejar atrás las ciudades, los peajes, los pasos de zebra y alejarnos, con el depósito lleno, para burlarnos de los porques, de los comos, los peros, los pretéritos perfectos, los condicionales, los malentendidos, las compatibilidades y las dudas.

Simplemente, seguir navegando, cada vez más despeinados, sobre esta nave espacial amarilla.

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