Cenicienta del XXI

septiembre 29, 2010 § 1 comentario

Un día ocurrió que Cenicienta perdió su zapato en la acera de una calle de Nueva York, en ese momento, poco transitada, cerca del puente de Brooklyn. Cenicienta corría mucho para poder llegar a su portal mientras tras ella, un príncipe de tejanos de cuero y peinado de modernidad dudosa, le seguía el rastro. Las farolas parecían torcerse simulando árboles moribundos en pleno invierno mientras Cenicienta, exhausta, buscaba en su bolso el tacto suave del llavero que le había regalado su madre. Cenicienta corría cada vez más rápido y seguía explorando sin éxito su inmenso bolso hasta que, en una décima de segundo, se precipitaron al suelo sus llaves y con ellas su pinta-labios rosa pálido, un paquete de tabaco negro y una pinza de cabello en forma de concha. El príncipe estaba ya a la vuelta de la esquina así que Cenicienta se apresuró para coger solamente las llaves, que habían volado hasta la calzada, junto a una rendija metálica que desprendía un fuerte hedor a aguas residuales. El zapato azul de Cenicienta quedó atrapado entre el metal mientras conseguía alcanzar las llaves y tras varios esfuerzos la joven decidió seguir avanzando semi-descalza hasta el esperado portal. Corría desequilibradamente Cenicienta mientras pensaba que no debería haber llevado ese vestido, ni esos zapatos. Tampoco el pinta-labios ni el peinado de estilo medieval. Tras varios intentos frustrados por el nerviosismo de sus manos, Cenicienta por fin pudo hacer coincidir la llave con el cerrojo y encender la luz amarillenta de la escalera mientras entraba en el portal y observaba, de reojo y a través del cristal, el exterior borroso. Su respiración iba en consonancia con el temblor de sus manos mientras tras subir las escaleras, se dirigía, finalmente, hacia su colcha de bordados pastel. En el momento en el que ella dejó caer su cuerpo a cámara lenta sobre la comodidad pura del algodón con suavizante, el príncipe encontraba su zapato secuestrado en el asfalto. Consiguió rescatarlo y lo cogió con delicadeza observándolo desde todos los ángulos. Eran ya las seis de la mañana y el cielo dejaba escapar largas cintas amarillas y azuladas que correteaban por el cielo soplándole a la nuca a la gran ciudad, que renacía de nuevo. El príncipe, mientras se ponía las gafas de sol, regresó de nuevo a la acera y se volvió para seguir caminando hacia su casa con el zapato de Cenicienta en el bolsillo. Cenicienta, recobrando la respiración, se fue quedando dormida encima de la colcha, con el único zapato que le quedaba, puesto.

patio interior (o el «espaciotiempo» caducado)

septiembre 25, 2010 § Deja un comentario

Aterrizó nuestra cápsula del tiempo, de supernova, de vuelta al mundo y ochenta noches.
El piano se toca solo y las paredes no pintan nada. El tiempo entra por la ventana oxidando el cajón de la ropa interior. Los objetos de valor se atascaron en las tuberías y ahora quedan los incendios apagados, el fulgor caduco, las cenizas del ayer. Anochece en tu hombro y el frío congela los calcetines tendidos, las miradas huyen al cuarto piso y tu silueta escala por la pared. La ausencia alcoholizada y tus llaves que ya no suenan. Los cristales que no se rompen y el cabello sigue en la bañera. Despierta el espejismo común, los zapatos que corren solos,  el hilo de humo que teje una melodía de usar y tirar. El patio de luces está oscuro y ya nadie fuma en la ventana. La ilusión de lo ocurrido y la vaguedad de las palabras.

i no comprobar si està mirant

septiembre 5, 2010 § 1 comentario

Trobar-te amb la teva pròpia estupidesa al metro i apallissar-la fins deixar-la inconscient al terra del vagó. Després mirar-te discretament al reflex de la porta i dir sí, alguna cosa em diu que sí. Saber que res del que consideres transcendent ho és. I enfilar les escales mecàniques del metro i no mirar enrere. No comprobar si està mirant. Només escoltar les advertències de megafonia, deixar passar als que tenen pressa i sentir vagament el soroll de les barreres de sortida. Senzillament seguir el rastre dels que se’n van de festa i marxar. I no comprobar si ell t’està mirant.

¿Dónde estoy?

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